Educación infantil: entre el amor, la alegría y la vergüenza

El tema de la educación se asocia a la escuela y a los conocimientos que se trasladan de padres a hijos. En las últimas décadas, muchas familias han asumido que para ayudar a los hijos tienen que comprar juegos educativos, que ayudan a sus niños a desarrollar la inteligencia. 

A veces en la consulta, propongo a los padres que jueguen un rato con ellos mientras yo filmo unos minutos de vídeo. 


Con ese vídeo, analizo qué tipo de relación establecen los padres con las criaturas y veo a qué le dan importancia. En ocasiones, en el juego están más preocupados de que sepan distinguir formas, colores y les trasladan una información útil, pero innecesaria para sus hijos (que ya lo aprenderán por imitación, en la escuela, o de otros niños) en vez de realmente jugar. Lo que necesitan de los padres es que se diviertan con ellos, que les importe lo que hacen y que compartan la alegría de conseguir cosas juntos. Los niños aprenden por emoción y, sobre todo, aprenden por y para otra persona que los acompaña en su exploración y en el asombro que les producen las cosas del mundo.

La educación de las familias también debe ayudarles a prevenir peligros y saber funcionar en una estructura social en la que deberán relacionarse con otras personas con las que necesitan vivir y convivir. En la educación de las criaturas deben enseñarse límites, porque hay cosas que no pueden hacer porque son peligrosas o porque en la convivencia deben cooperar y saber compartir. Aquí es en donde se pone en juego la vergüenza, porque los padres inhiben con un grito (en caso de un peligro inminente, como poner los dedos en un enchufe, o ponerse a correr en la calle por las que pasan coches) o con una prohibición o un reproche algo que hace daño a los demás (incluidos ellos mismos como personas adultas de la familia). La vergüenza es una emoción social que sirve para inhibir actos que harían que los demás sufran un daño por el comportamiento de los niños (pegar o morder a otro niño) o porque les hará que sean rechazados (si siguen pegando y mordiendo los demás no querrán estar con ellos).

La educación que promueve un apego seguro y promueve una conducta prosocial, que les enseña empatía y cooperación, es un equilibrio entre dar en la infancia amor, diversión y alegría, y vergüenza frente a lo que deben hacer de otra manera. Demasiado amor sin vergüenza provoca que los niños sean egocéntricos, poco empáticos y se crean el centro del mundo. Demasiada vergüenza sin alegría ni amor provoca que la identidad que se forje sea insegura, vacilante y sin autoestima.

La vergüenza tampoco se debe provocar sin más y ya está. La inhibición de la conducta que provoca la prohibición o las amonestaciones deben ser proporcionales y justas. Además, debe ser reparada con una explicación de por qué se amonesta, y un consuelo por el malestar que produce. Tras la corrección, no debe haber duda de que los padres lo hacen con afecto y preocupación porque los niños aprendan a ser felices en el futuro.

Este equilibrio (o desequilibrio) entre emociones tiene el poder de estructurar el cerebro y el sistema nervioso. Sin amor y reparación el sistema nervioso no aprende a regularse y se convierte en un factor de riesgo para la salud mental. Así que el papel de la familia es importantísimo para la salud emocional, mental y relacional de los futuros adultos.

Dejemos los colores, formas, y demás conocimientos para que lo aprendan en la escuela con gusto y alegría, porque los llevamos al colegio con ilusión por aprender nuevas cosas.

Ana Cortiñas
Psicóloga General Sanitaria
Especialista en apego, trauma y parentalidad

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