Dejar a nuestros hijos ser lo que pueden ser

Los bebés con pocos meses de vida ya son capaces de percibir, interpretar y aprender de las emociones de los padres. 

Continuamente, nuestros hijos nos contemplan y observan porque quieren aprender cómo hacemos las cosas . 

Para que este aprendizaje lleve a un desarrollo sano, las madres y los padres debemos hacernos responsables de sus emociones, hasta que ellos ya sean capaces de gestionarlas.
 


Y …¿cómo podemos acompañar a nuestros hijos a vivir con y a través de las emociones?

Nuestros hijos, día a día, aprenden las emociones viviendo y experimentando para ir construyendo su identidad. Gracias al conjunto de relaciones sociales y culturales que existen en sus familias, van construyendo de forma activa un vocabulario emocional propio que les llevará a sentir, notar, pensar y hacer en relación a sus propias emociones. Emociones que surgen de sus vivencias y experiencias diarias. 

Las madres y padres debemos ser capaces de escuchar sus vivencias emocionales y actuar con respeto, sobre todo cuando surgen problemas emocionales difíciles y con un potencial de dolor. Tenemos la obligación de aceptar a nuestro hijo tal como es, conocer sus necesidades vitales y respetar sus propios recursos. No podemos seguir el esquema de pensamiento adulto si queremos respetar la identidad de nuestro hijo. Nuestro cometido es escucharle en profundidad y no actuar reconociendo sus necesidades a partir de nuestro punto de vista. 

Nuestra misión no es educarles separando las emociones de todos los otros aspectos de su identidad, sino que el objetivo debe ir enfocado a ayudarles a que conozcan sus estados internos en el momento en que lo experimentan, para que puedan construir nuevos significados, en contextos auténticos. 

Puesto que nuestros hijos, en un principio, no saben identificar ni gestionar sus emociones, necesitan que les ayudemos a ser conscientes de sus sensaciones, emociones, pensamientos y acciones en sus experiencias diarias. 

Imaginemos, ahora, que Ana de 3 años cuando su madre le lleva a su primera clase de natación, rompe a llorar y se tira al suelo diciendo “no quiero!”. Ana tiene miedo a quedarse con un monitor que no conoce y a meterse en el agua sin sus “manguitos”. En ese momento, será necesario que la madre dedique un tiempo a hacer consciente y explicar a Ana sus percepciones corporales, su cambio de estado de ánimo ante el monitor y la piscina, lo que piensa y la respuesta que ha tenido . Para ello, primero tendrá que ayudar a Ana a regular dicha emoción, puesto que todavía no tiene control, mediante las caricias, la validación emocional y la empatía. 

La madre tiene que aceptar y permitir la expresión del miedo a ir a clase de natación. Es legítimo lo que siente Ana porque tiene derecho a sentir miedo y expresarlo. 

Posteriormente, la madre tendrá que contar a su hija lo que ha pasado, para que comprenda lo que ha sentido, notado, pensado y hecho. A través de la vivencia real de Ana, la madre puede ayudarle a identificar y a nombrar la emoción del miedo, de manera precisa y contextualizada con su vivencia real. 

La narrativa de la que puede la madre dotar a Ana, podría ser algo parecido a : 

“ Cariño, hemos llegado las dos a la piscina y cuando has visto al monitor y la piscina tan grande, tú te has asustado. El miedo hace que tu cuerpo se ponga tenso y tu corazón vaya rápido, quizás has pensado que algo malo te iba a pasar y por eso te has puesto a llorar y te has tirado al suelo. Es normal que tengas miedo porque no conoces al monitor y además no puedes llevar tus “manguitos”. ¿Qué te parece si, hoy que es el primer día, le pido al monitor para quedarme muy cerca y cuidar de que no te pase nada malo?” 

Ana , de esta manera, puede ver que su miedo es normal y su mamá le ha dado una estrategia concreta para afrontar su miedo. 

Si la mamá de Ana hubiese tenido la creencia de que su hija le manipulaba con sus reacciones emocionales, no hubiese podido tomar una decisión basada en la esencia de la crianza, la seguridad y el apego. Si se hubiese enfadado porque su hija no cumplía sus expectativas, le habría transmitido a Ana que no es bueno tener y expresar sus emociones. Sin embargo, la mamá de Ana ha escuchado y ha actuado con respeto. 

Si observamos con atención y sensibilidad, en muchas ocasiones, comprobaremos como nuestros hijos van siendo capaces de afrontar y tratar de gestionar su estado emocional. Para ello, es fundamental que estén inmersos en un entorno que les permita desarrollarse y evolucionar a través del diálogo y la escucha mutua. 

Concha Palou 
Pedagoga terapéutica 
Diplomada en traumaterapia sistémica infantil

 


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