El cerebro social

El cerebro es un órgano social. ¿Qué quiere decir esto?
Cuando nace un ser humano los pulmones, el hígado, los riñones empiezan a funcionar. Su funcionamiento solo depende de lo que se ingiere y del aire que nos rodea. 
En un recién nacido, el cerebelo, que rige las funciones vegetativas básicas como el latido del corazón y la respiración ya se ha puesto en marcha. Es la parte más arcaica y primitiva del cerebro. Sin embargo, las partes del cerebro que nos permitirán la humanidad, como la palabra, la expresión de los sentimientos, la inteligencia y la toma de decisiones, requieren de experiencias de aprendizaje. 

El cerebro es un órgano muy inmaduro en el nacimiento, que necesita para desarrollarse de la estimulación de otros seres humanos.

¿Se tiene que aprender todo? No, todo no. Sin embargo, se tiene que aprender más de lo que pensamos. Los bebés ven, pero no ven. Oyen, pero no oyen. Sienten, pero no saben qué. El cerebro humano al nacer tiene la capacidad de percibir intensidad, frecuencia, ritmo, cadencias y contingencias, pero tienen que aprender que ese malestar que sienten es hambre, que las sombras borrosas que ven que les arrullan, es la cara de su madre y que esas manos que les manipulan les quieren cambiar esa sensación pegajosa y maloliente que les ha salido de no saben dónde.

Si a un bebé nadie les habla, sentirán malestar o bienestar a momentos, pero no tendrán facilidad para representarse mentalmente qué les sucede, con lo cual, la capacidad de comunicación quedará gravemente comprometida. Si nadie les sonríe, les canta, les hacen cosquillas, el cerebro humano se irá atrofiando hasta llegar a una depresión profunda que a algunos niños les puede producir la muerte. Es el síndrome del hospitalismo, un trastorno sobrevenido a muchas criaturas abandonadas en orfanatos. Muchos padres adoptivos de niños huérfanos desde bebés, han conocido las secuelas de sus hijos por esa deprivación afectiva en su más temprana infancia.

Por otro lado, las funciones superiores del cerebro, que evolutivamente son las más nuevas, son las más dependientes de la estimulación social. Por eso, los niños que han tenido graves negligencias, o graves abusos o maltratos suelen tener problemas de relación social y también de aprendizaje. Su cerebro no ha hecho las conexiones necesarias para tener motivación para aprender, y en cambio, sólo las estrategias de supervivencia animales son las que están activadas. Son niños propensos a sentir miedo o ansiedad, o a tener una rabia muy intensa, pero no tienen lenguaje suficiente para expresar sus emociones, pedir sus necesidades y deseos y tampoco tienen curiosidad para aprender y explorar el mundo de una forma tranquila.

Por desgracia, el sistema de salud sabe mucho de riñones e intestinos, pero poco de la necesidad social y afectiva de las criaturas. Los pediatras recomiendan cuando incluir la fruta o los cereales en la dieta, cuando es el momento de las vacunas, pero no les dicen a los nuevos padres la importancia de que les hablen y les expliquen las cosas a los hijos. No entienden la importancia de decirle a un bebé que les van a cambiar el pañal, porque creen que los niños no entienden. Sin embargo, el cerebro necesita de las palabras de los padres para acabar comprendiendo las manipulaciones que hacen en su cuerpo, y que se lo hagan en un tono de voz que les indique que lo que le hacen no implica ningún peligro. Se cree que eso surge de forma espontánea, por instinto, pero esto no es así. Los cuidados parentales surgen espontáneamente según aprendimos a ser tratados, así que tomar conciencia de estas aparentes nimiedades es muy importante, porque puede que no aprendiéramos lo suficiente.

Si no aprendimos lo suficiente, es hora de pedir ayuda…


Ana Cortiñas
Psicóloga General Sanitaria
Psicoterapeuta

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