Juego y vínculo

El post de hoy va dedicado al porqué y para qué del juego con nuestro hijo. De la importancia del juego teniendo en cuenta que es una producción de la mente infantil. 

Como madres, ¿qué tenemos que saber?, ¿qué tenemos que hacer?, ¿qué debemos favorecer?. 

La capacidad de jugar aparece desde el principio en el bebé.

Los primeros contextos de juego se producen cuando la madre devuelve, de forma placentera, las expresiones comunicativas de su bebé y reconoce y siente sus estados internos. Ese “hacer de espejo” facilitará que, progresivamente el bebé, vaya aumentando e integrando capacidades sensoriales, motoras, cognitivas, creativas, sociales,… que junto con el desarrollo de sus funciones ejecutivas, darán lugar a situaciones lúdicas cada vez más complejas y organizadas. 

Cuando en nuestro hijo emerge el lenguaje comprensivo y expresivo, entre los 12 y 18 meses, aparece la posibilidad de construcción de narrativas y el interés por ellas. En ese momento, debemos jugar con él ofreciéndole diferentes posibilidades de juego. Así, hacia los 2 años, su juego simbólico tendrá la posibilidad de volverse tremendamente rico. A partir de ese momento, nuestro hijo utilizará el juego para representar o simbolizar algo. Sus narrativas irán volviéndose más complejas y será capaz de ir elaborando cada vez más detalles. 

En esta nueva etapa, podemos jugar a “como si”. Cuando jugamos con él a médicos y nos va a curar una herida , debemos hacer como si nos doliese para que nuestro hijo se fascine. Él sabe que en el mundo real no es así pero en su mente, sí. Si yo, adulta, entro en ese mundo imaginado, mi hijo se sabrá comprendido y sentido. Le permitirá ser en un tiempo y espacio diferente. El que pueda simular ser algo o alguien le permitirá representarse el estado interno del otro y por tanto el desarrollo de la empatía. 

Nuestro hijo, poco a poco, aprenderá a diferenciar el mundo físico del mundo psíquico, la representación de la realidad. El juego será un medio natural de expresión por medio del cual revelerá su mundo interior, pondrá en escena las representaciones de sí mismo y de los demás, expresará sus sentimientos, necesidades y conflictos. 

No puede quedarnos duda de que el juego ayuda a nuestro hijo a darse cuenta de sí mismo y a ponerse en el lugar del otro. Le permite desarrollar la empatía, la expresión de preocupación y el cuidado sobre los otros. 

Por todo ello, no debemos dejar a nuestro hijo jugar solo, debemos jugar con él, ofrecerle múltiples escenarios. De esta manera favoreceremos el vínculo, la expresión de los afectos de modo seguro, el desarrollo de la capacidad mentalizadora, el desarrollo del pensamiento divergente y la integración de habilidades motoras, cognitivas, imaginativas, creativas y sociales, entre otras. 

Con todo ello, volvemos al principio: el juego es una producción de la mente infantil que debemos favorecer. 

Concha Palou 
Pedagoga terapéutica 
Diplomada en traumaterapia sistémica infantil

No hay comentarios:

Publicar un comentario