Tanto las relaciones tempranas (la calidad del apego) como eventos y situaciones de la vida tienen la capacidad de traumatizarnos, de herirnos y provocarnos miedo e inseguridad a lo largo de la vida. Si no resolvemos el trauma, si no cicatrizamos nuestras heridas, podemos transmitir el trauma a la siguiente generación.
Sin embargo, desde el momento en que pensamos tener una criatura, podemos revertir las secuelas de anteriores dolores. Podemos prepararnos psicológicamente para regenerar aquellas partes de nosotras que conservan las heridas. Incluso tenemos la capacidad de cambiar la expresión genética, tal como lo revelan los estudios.