Las relaciones en la pandemia

Como seres humanos nacemos con una visión deficiente, pero preparados para captar la figura de una cara.

Nuestro sistema nervioso necesita de la estimulación visual de una cara que nos habla, con el movimiento de los músculos faciales, con la boca en movimiento y los diferentes sonidos que se emiten para desarrollar un sistema muy importante para la vida que es el de conexión social-emocional. 




Este sistema es el que nos permite la cooperación, la colaboración y la intimidad emocional, y la que nos dice si el que está delante de nosotros es de confianza o tiene malas intenciones. 

Es la forma en la que captamos la seguridad o el peligro social. 
Si el otro no tiene cara de buenos amigos, nos ponemos en situación de alerta por un posible peligro; si la otra persona tiene una cara amigable, nos sentimos confiados.

Sabiendo esto, es fácil entender porqué mucha gente se encuentra mal utilizando la mascarilla (también es fácil pensar el daño que se le puede hacer a un bebé que pasa muchas horas con personas con mascarilla). El impedimento de vernos las caras hace que sea mucho más fácil sentirnos cansados y mal, porque sin darnos cuenta nuestro sistema nervioso ha perdido una forma de saber sentirnos seguros y protegidos en la calle por la que pasamos normalmente. Por suerte, nos hemos habituado, pero eso no quiere decir que no nos afecte.

Lo mismo ocurre con el tacto. Necesitamos del tacto para sentirnos en compañía y tranquilizados. Su falta es una carencia insidiosa que nos cansa y nos estresa más (por supuesto, los niños pueden notar mucho más su carencia en un momento en que el sistema nervioso se está desarrollando).

Este cansancio pandémico se puede notar de diferentes maneras: habrá gente que, no pudiendo más, desobedecen normas y hacen fiestas y botellones, para poder volver a sentir la alegría de estar juntos. En estos casos, los valores y la reflexión no les ayudan a tener paciencia. Quizá no tengan buenas relaciones en casa que pueden compensar la falta de vida social, y solo la compañía festiva y alcohólica les hacen sentir bien.

Otra manera es una intimidad mayor con la familia, y un encuentro con uno mismo. Se estrechan lazos, se fortalecen afinidades comunes, se encuentran aficiones y se desarrolla la creatividad que no se sabía que se tenía.

Otros han vivido la ruptura de unas relaciones que no aguantan más horas de convivencia. Se han roto parejas y en las relaciones familiares han estallado los conflictos que antes se evitaban. Ya se sabía que después de las vacaciones hay más crisis de pareja. Las restricciones han obligado a unas horas de convivencia donde los conflictos se han hecho más frecuentes e intensos.

El caso más sangrante ha sido el de las relaciones de pareja y familiares disfuncionales. Durante el confinamiento se han dado un mayor número de abusos físicos y sexuales que no se podían resolver durante el período de restricciones. En el momento del confinamiento y de las restricciones más fuertes, los miembros dominantes de la relación han podido ejercer un mayor control porque los demás tenían menos ocasiones de hablar y escapar al abuso. Muchos trabajos se habían paralizado por los ERTES, o los grupos de clase eran burbujas semipresenciales en los que era más difícil compartir y hablar, los trabajos han sido en parte semipresenciales también, con lo que se han perdido compañeros-amigos, etc. El resultado ha sido que en el momento en que se han empezado a abrir las restricciones ha habido una explosión de asesinatos de género, infanticidios y secuestro de menores. Todo ha podido suceder porque en el momento de menor regulación de la conducta social, las mujeres han querido escapar de su maltratador, o algunos padres se han podido escapar sin problemas en las fronteras, como el caso del padre canario que ha secuestrado a sus hijas.

La pandemia ha extremado lo bueno y lo malo del ser humano. Ha habido mayor colaboración, altruismo y cooperación, pero también más violencia y abuso, más egocentrismo y más comportamientos antisociales. No es que antes no los hubiera, sino que ahora ha aumentado y se han visto y conocido más.

Estaría bien que la sociedad y los individuos que la forman hiciéramos un ejercicio de reflexión y crecimiento con la crisis de salud que hemos vivido. Estaría muy bien que a partir de ahora los cuidados y la salud (y la mental también) fueran valorados. No se vive solo de dinero, economía y productividad.

Ana Cortiñas
Psicóloga General Sanitaria
Psicoterapeuta

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