La vulnerabilidad ¿es debilidad?

Todos los seres humanos necesitamos sentirnos comprendidos y apoyados en las adversidades o penalidades que nos hacen sufrir.
Sin embargo, he tenido pacientes que, al empatizar con ellos en algún momento en el que contaban situaciones difíciles, en vez de sentirse comprendidos, se han molestado o avergonzado. ¿Por qué sentir apoyo nos hace sentir peor?

No es una pregunta que sea fácil de responder. Para empezar, hay emociones que son desagradables y por eso muchas veces se las considera negativas.

Si no hemos tenido en la infancia adultos que nos ayuden a lidiar con ellas, lo que aprendemos es a evitarlas y desconectar. El cerebro tiene ese poder cuando nadie nos ayuda a transitar por los sentimientos difíciles y no nos consuelan y no nos ayudan a obtener lo que necesitamos. La vulnerabilidad, entonces, se convierte en un peligro que nos hace sentir débiles.

Por otro lado, la sociedad occidental actual es individualista y valora que una persona sea capaz de poder con todo sola. No pedir ayuda es sinónimo de fuerza, y aguantar lo que sea y seguir adelante se confunde con resiliencia. El cine y la TV están llenas de estos estereotipos de hombres duros (sobre todo) y mujeres solas que siguen caminando a pesar de todo. Parece que tenemos que vivir siempre preparados para una calamidad que nos haga enfrentarnos a una catástrofe o una guerra. Parece que la Humanidad solo avanza con la supervivencia del más apto y que la sociedad humana es una lucha de la jungla.

Las personas que juntan una infancia solitaria emocionalmente, con los estereotipos sociales, se sienten bien cuando no muestran necesidad de apoyo emocional. Su necesidad de no conectar con la vulnerabilidad o el dolor se sustenta en la creencia de que ser vulnerable es ser débil.

No obstante, la sociedad humana no ha progresado solo por la fuerza. Los seres humanos forman parte de una especie social, lo cual quiere decir que sobrevive gracias al grupo y a los vínculos humanos. No es solo el guerrero más fuerte el que sigue viviendo en una lucha, sino también es fuerte el grupo que sabe cuidar a sus miembros y curarlos si es necesario. En una situación difícil, no solo sigo adelante si puedo mantenerme en pie y seguir caminando, sino si también sé pedir ayuda cuando la necesito.

El dolor, la pena y la tristeza son emociones que nos hacen solicitar el apoyo de los demás. La tendencia a la que nos impulsan dichas emociones es a mostrar nuestro afecto, normalmente llorando y buscando compañía. Saber que nos pasa algo y no estamos solos nos permite conectar con los demás y con las cosas buenas de la vida que no hemos perdido a pesar de la pérdida. Nos permite recomponernos y seguir adelante, sin negar lo sucedido.

Si las dos estrategias son adecuadas para seguir adelante ¿mostrar vulnerabilidad tiene alguna ventaja sobre no mostrarla?

Pues sí. Mostrar la vulnerabilidad nos permite llorar y transitar los acontecimientos desagradables procesando el dolor y la pena, y reconectando con lo bueno de la vida. Seguir adelante, sin más, nos obliga a desconectar del dolor, de nuestra vulnerabilidad. Nuestras emociones no son procesadas adecuadamente y, aunque no sean conscientes, nos debilitan. Para no conectar con el dolor, tendremos que ir alejándonos y evitando todo aquello que nos recuerde lo que nos produjo el dolor, tendremos que negar parte de la realidad, lo que nos hace más vulnerables a seguir repitiendo las mismas cosas una y otra vez porque no hemos podido aprender todo lo que hubiéramos podido aprender de nuestras experiencias. Cada vez nos vamos anestesiando más, tanto a lo malo como a lo bueno. Y, por otro lado, el estrés constante de las emociones suprimidas o reprimidas nos hace más susceptible a accidentes y enfermedades.

Así que ¿la vulnerabilidad es debilidad? Digamos que la vulnerabilidad aceptada puede ser nuestra mayor fortaleza.

Ana Cortiñas
Psicóloga General Sanitaria
Psicoterapeuta

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